miércoles, 16 de septiembre de 2009

En la galería


Son dos que se encuentran en una galería. Uno de ellos lleva calcetines a franjas horizontales rojas y negras pero no lo sabe nadie y el otro está más que acostumbrado a meter las manos en el engrudo pastoso del cemento cuando tienes que hacerlo y formas la laguna que ya sabes, como un volcán con agua en el centro y vas dejando cuajar la mezcla poco a poco.

Así que el de los calcetines se acerca al del cemento y dice:

“Yo no creo…a mí no me parece que todo este montón de mierda signifique nada.”

Y su voz se entremezcla con el frío de pomada para pies del aire acondicionado demasiado alto.

“¿Entonces por qué viene a verlo?”

El hombre de los calcetines a franjas (y sudados) calla de repente.

“Tenía un rato libre”, dice. Y mira fijo al hombre del cemento.

Silencio un rato.

“¿Le gusta Kandinsky?”

“¿Quién?”

Una bolivariana morena de sangre con su chalé y su chacó cruza la sala de exposiciones, primer piso, ala este, buscando las escaleras incómodas, justo por delante de los hombres que charlan.

“¿Ha visto a esa hembra, compañero?”, sonríe pícaro el hombre del cemento, codeando las costillas de su amigo. “La conozco, se llama Elvira, la zorrona.”

El de los calcetines no lo pilla.

“¿Qué entiende por zorrona?”, pregunta.

“De ésas que no están aquí por ningún cuadro. Usted ya sabe, no me joda. Viene buscando rabo, rabo y pericia de artista.”

“Dice pericia de artista…”

“Eso es, eso.”

“¿Qué significa pericia de artista?”

“Hombre, ¿me toma el pelo?”

“En absoluto.”

“Mal va a irle entonces, compañero.”

“Ya es la segunda vez que me llama compañero

“Claro, ¡de guerrillas!”, señala a la chica de espaldas, sonriendo. Guiña un ojo al de al lado.

“¿Qué guerrillas? De verdad que no le entiendo.”

La bolivariana ha renunciado a las escaleras y espera el ascensor con el culito en pompa y el bolso de piel de alondra bajo el brazo.

“Anímese, vaya a decirle algo.”

“¿A ella? ¿Y qué voy a decirle?”

“Piense, si le sale bien, igual moja esta noche.”

“¿Moja?”

“Que se la lleva al huerto, hombre.”

“¿Al huerto? ¿Qué huerto, por favor?”

“¿Sabe lo que es FOLLAR, amigo?”

“Follar, hacer el amor. Claro, qué bueno.”

“Pues escúcheme bien: a esa mujer podría usted tirársela esta noche”

“¿Tirárm…”

“¡Hostias!”

“¡Le entendí!, quiero decir; ¿cómo va a ser posible?”

“Es una buscona, le repito. Y no me diga que no sabe lo que es una buscona, porque entonces...”

“Sí sé, eso sí lo sé, una buscona…”

“Anímese, dese prisa, mire, va entrar al ascensor.”

“Pero yo no tengo nada que decirle.”

“Invente cualquier cosa. Alábele el vestido, lo que sea, ¡y vaya de una vez, cojones!”

Así que el hombre de los calcetines a franjas que no ha visto nadie va hacia la chica, se interpone entre ella y el sensor de la puerta y la mira a los ojos, dice:

“Perdone, he estado pensando…”, empieza con ojos de liebre asustada.

“Felicítese”, corta la chamaca de Simón Bolívar, y sin más abandona la idea de compartir ascensor y en cinco pasos encara la escalera.

El hombre de los calcetines escruta el horizonte: ni rastro de su amigo.

Así que cinco o seis minutos más de recorrer la galería, con Kandinsky como un resorte o una pinza de mar pitándole en los oídos, y entre el decimoséptimo cuadro de volutas azules sobre fondo ámbar y el cuadragésimo quinto de celdas sinusoidales los ve salir por la puerta agarrados del brazo.

1 comentario:

  1. Es buenísimo!! como me he reído Hanser eres tremendo!!!

    Lo de la chamaca de Bolivar y el bolso se alondra es un puntazo.

    Abrazos

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