miércoles, 2 de septiembre de 2009

Torwell y la 3189364ª montaña


En la última solitaria cañada de la 3189364ª montaña más alta del mundo, de camino a coronar la cima, Torwell, el explorador sin miedos conocidos, topa con un hombre solo. Lo encuentra sentado, meditando, flor de loto, ojos cerrados.

Hay cinco o seis simpáticos gansos silvestres y algunas avestruces esperando lo suyo. Niebla en la cumbre y huellas de lobo, es el último paso, el más temido: lo llaman simplemente “El Paso”.

El hombre que medita abre entonces los ojos y su mirada está llena de asombro (los párpados cuajados de legañas), grita:

“¡Swamsa Missa!”

Y se aovilla de espanto, ténebre, lúgubre, sin freno, hecho una bola auténtica de miedo gutural gargarizado, gimiendo como un perro al que nada le cuelga entre las patas porque los niños sin madre y las hijas que se encuentran a veces junto a las vallas por las esquinas han vuelto a quemarle la cosita.

“Vengo en paz, amigo”, explica Torwell, sonriendo. “¿Hablas mi idioma?”

“¡Chiquichambo!”, grita de nuevo el aterrado anciano, y aún convertido en bola empieza a escarbar en la nieve buscando refugio. Visto desde el culo y en altura, con la toga blanca prensándole las nalgas robustas pero no demasiado, a Torwell y a mí nos recuerda a un conejo. Cualquier conejo histérico sin manos.

“Escuche, amigo, ¿es éste el único sendero practicable? Persigo la cima.”

Pero hace en ese instante exactamente veintisiete segundos y un ligero cambio en la dirección del viento que el anciano ha desaparecido de la vista.

“¡¡Hinchalalancha!!”, resuena su voz desde lo hondo. “¡¡Snorkel!!” “¡¡Bailabamba!!”

Antes de marcharse, Torwell, persuadido al fin de su locura, deja al anciano, justo a la entrada del boquete en la nieve, envueltitos y gustosos en papel platina, un par de bollos de los que te compra tu madre, sin los cromos, pendientes de caducar más o menos de ahí a quince días.

Torwell levanta la vista: le enamora el paisaje.

Allí, irguiéndose a base de ladera y nieve suelta, sobre el azul del mar y todas las cabezas, más alto de lo que vuela un pájaro cualquiera, casi a la misma altura que el mejor helicóptero, a algo más de dos tercios de la vertical del Everest y sin nada que envidiar al K2, allí donde los sherpas se pierden y dejan sus huesos y se caga el Yeti, impensable para los impedidos por el vértigo salvo que acudan a terapia atroz y duradera, donde hace ochenta siglos lucía una planicie y pastaban los vegetosaurios, en el punto en que hace dieciséis años un caza noruego confundió un globo sonda con un ovni, donde Jesús Calleja perdió la compota y tú no irías nunca…la 3189364ª montaña.

2 comentarios:

  1. Cierto no iré nunca.

    Me he reído con lo de los bollos "sin cromos y a punto de caducar" somos así.

    Estoy muy liada con varias cosas, por eso tengo el blog algo abandonado, no sé cuando podré dedicarle más tiempo, quizás es bueno así leyéndoos aprendo más que escribiéndolos.

    Un abrazo

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