martes, 15 de diciembre de 2009

Tecoma Stans


Trastornado por la resaca enloquecida de su ensueño creyó encontrar de frente a Santa Eulalia ataviada de duende lascivo con un par de cencerros locos sonándole en las orejas, y la visión de espanto fue de tal calibre que lo arrojó a la tumba escaleras abajo. Rodó a trompicones hasta la misma puerta de la calle en silencio. Sobreponiéndose a la pesadez plomiza de la muerte próxima, aún mantuvo la lucidez suficiente como para entender con disgusto la clave de su engaño: el juego de luces y sombras, el bulto del vecino en carnavales, la tarde de invierno.

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