lunes, 20 de abril de 2009

El tío con la cara larga y los bultos de grasa debajo de los omóplatos a través del hueco de la camisa de baloncesto, lleva el pelo largo quemado por el tinte, gafas de sol; la dependienta tirando hacia abajo de su falda cliclaquea de camino a la parada; la casi mujer del jersey de lana con el cuello alto, todo naranja, el par de zapatillas cruzadas debajo de la silla, su culo sobre el asiento detrás del pantalón vaquero; la que te pide el carnet; su amiga la gorda; las matronas en los balcones tendiendo la ropa, las tetas colgándoles sobre los antepechos como monas bravas, vacas de hogar; las palmeras y los que las podan; las aceras y los que las barren; los parterres y los que los riegan, los supermercados, las carretillas y los que las arrastran, el sol encima. Con todos ellos hay algo. El calvo de la sudadera lo lleva escrito en la frente; la anoréxica, su moño loco y su camisa a rayas puede que lo lleve tatuado en el pubis; la madre del hijo lo encuentra al mirarle. Algo con todos ellos.

En otra parte habrá bancos y flores, medicinas, fuentes. Por ahora lo que hay aquí son los tirantes del hombre que se come los mocos y te mira el escote. Pero él también lo tiene. Yo diría seguro que tú también lo llevas, y tu madre y tu hermano.

Algo en alguna parte, en el que canta más que en el que escucha, pero también en éste.

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