miércoles, 15 de abril de 2009

Lo mejor que se puede decir de él es que de vez en cuando le da por comerse su propia mierda. Vive en una casa de dos pisos, un dúplex, como llamen a eso. Bien, vive en un dúplex y sus padres están hasta arriba de pasta, les sobra para hacer virguerías, ajustan la altura de los taburetes, trancan los postigos de las ventanas y encienden hogueras con billetes de veinte, se enguantan con ellos y pasan horas enteras jugando a palmearse las nalgas. En realidad basta con fijarse un poco: por todas partes los anaqueles están llenos de mierda como jarabe en polvo. No se explica, salvo que la madre haya acabado renunciando. Lo que tiene el dinero es que actúa exactamente al contrario de como lo haría un tónico: te ablanda el cerebro, te mata hasta las ganas de contratar a una asistenta. Mis amigos están abajo, en el sótano, juegan a las cartas, sacan fotos. He dejado de saber qué hacen. Los últimos cuarenta minutos los he pasado sentado con las piernas abiertas sobre los restos del sofá, mirando fijo los estupendos lamparones de témpera del techo, los amasijos sueltos de pelo de perro sobre la moqueta (nunca han tenido un perro) y la grasa en las junturas de las puertas. Las estanterías de esta parte de la casa están repletas de fotos: la madre en blanco y negro, a caballo, regando las flores; la hija recién orlada, recién bañada, de paseo en tacatá, recién depilada, todo tan reciente y ella vive en Asturias. No hay fotos del padre salvo tal vez una muy pequeña detrás de la macetita del cactus -en realidad podría ser cualquiera- de uniforme, gorra calada hasta las cejas y cetme entre las piernas, de retén en el culo del mundo. No hay fotos del hijo gordo y estúpido, y uno no termina de explicárselo porque a este cuarto nunca baja nadie…Subo a mear (también me estoy cagando) y ya que ando por allí gasto un par de minutos en inspeccionar cada habitación que va saliéndome al paso (abajo continúan con lo suyo): la cocina con mirador, cristaleras enormes, Le Corbusier, casas para pasearlas, el salón, el otro salón…Más estanterías, todavía más fotos, ceniceros sobre el velador de cristal, no hay manteles en ninguna parte, dos televisores; el hueco del balcón resulta espléndido de veras. Ves lo mismo que desde la cocina, en perspectiva un poco más a la izquierda, y ése es todo el paisaje así se maten a poner ventanas. Hay una alfombra mora de camino al cuarto de la madre. No baja de los cincuenta pero aún podrías ponerla a hacer malabares con una almohada debajo del culo. Me quedo en la puerta, a dos pasos del baño, del segundo baño…ahora tengo todavía más ganas de sentarme a cagar: me he fijado en el váter. ¡Es un váter de reyes! Podrías jurar que está hecho de bronce, pero un segundo después de sentarte sientes el tacto húmedo del mármol calándote las nalgas como en cualquier otra parte. El espejo sobre el lavamanos y te vas soltando, relajas los brazos, los hombros, en realidad comienzas a sentirlo desde la punta de los pies y hacia arriba, los gemelos, las pantorrillas, luego los muslos. Casi sin enterarte has cagado como para dos días, tremendo. En un segundo estoy de rodillas en el cuarto de la hermana, revolviendo las sábanas, espiando los cajones y sacando las telarañas de debajo de la cama. Encuentro más fotos. Ella en la playa, vacaciones en Francia, Baleares. Vuelvo al baño y ahora estoy cachondo. La hermana de este subnormal no tiene un polvo: tiene mil quinientos. Me siento sobre la vasija del váter, elijo una de las fotografías, aparto el resto y comienzo a acariciarme la polla pensando en la suerte que tengo. La idea de que ella nunca llegue a enterarse me excita todavía más. Casi estoy frenético, abajo siguen jugando a las cartas. Noto los cojones tan duros que me escuecen. Continúo machacándomela a buen ritmo sobre la tapa del váter, a punto de sacarme el cuero y sigue tiesa como una polea; la envuelvo con la fotografía, hago un canuto con ella y trabo la polla en medio hasta que sólo asoma la punta del capullo...

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